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Música y estados transpersonales: otra forma de trascender el ego

Música y estados transpersonales: otra forma de trascender el ego

Marisol Rodríguez Ambás

El rabino va al bosque, enciende un fuego y lleva a cabo un ritual. No logra recordar el ritual, pero sí recuerda la canción. Dios dice: “Con eso basta”. En la ocasión siguiente, va al bosque, pero ya no recuerda cómo encender el fuego, así que canta la canción. Dios dice: “Con eso basta”. En la ocasión siguiente, el rabino no logra encontrar el bosque, así que canta la canción. Dios dice: “Con eso basta”. Por último, olvida la letra de la canción. Y canta la melodía que recuerda. Dios dice: “Con eso basta.

– Origen del Nigun (canción judía sin letra)
(Citado en Boyce-Tillman, pág. 333. )

El presente trabajo no pretende realizar una recopilación histórica acerca de las muchas aproximaciones teóricas que existen acerca de la música y su influencia en el ser humano, pretende más bien, comprender un poco más, el poder que la música ha tenido específicamente en el desarrollo transpersonal y los estados alterados de conciencia.

Desde su inicio, la vida del hombre ha estado acompañada e influenciada por la música. Sin embargo, sus orígenes son desconocidos, Robert Schumann solía decir que “la música es una huérfana, cuyos padres nadie puede nombrar”; pero no cabe duda, que al igual que todo el arte, sus orígenes tienen una relación muy estrecha con los contextos vitales de comunidades e individuos; por ejemplo, el hombre primitivo utilizaba la danza y las ceremonias religiosas, para rogar a los dioses abundancia en la caza y los cultivos. En este sentido, a lo largo de la historia cada cultura ha tenido concepciones diferentes en la apreciación y valor de la música. Algunos le han otorgado un valor totalmente humano mientras que otros han podido otorgarle también un valor transpersonal: “Para la mentalidad occidental, la música es, ante todo, una creación del hombre, aunque puede tratarse de un proceso inconsciente. Para el chamán, la música es algo distinto: una forma de poder espiritual con una existencia independiente de la mente humana.” (Frowen- Williams, 1997, citado en Boyce-Tillman pág.225)

Sea como fuere, es una realidad que pintores, poetas, escritores y científicos terminan rindiéndose al poder que aporta la música a la conciencia humana. Y es que será tal vez porque puede que sea el arte más abstracto, uno de los más antiguos, y el que más se aleja de lo que consideramos objetividad. ¿A qué me refiero con esto último? El resto de las artes, tratan de alguna manera, emular o reinterpretar la realidad, de acuerdo a lo percibido y en comunión con el todo a partir de la información recabada del mundo exterior. El pintor recrea los colores de la naturaleza, el escultor las dimensiones, el escritor los momentos imaginados y vividos; e incluso el poeta, utiliza la yuxtaposición de palabras para generar una nueva imagen que podamos entender. Sin embargo, la música utiliza una estructura que por sí sola existe, teniendo el ser humano, la necesidad de codificarla. La música por si sola, no es una reinterpretación, sino un lenguaje expresado en armonías, frecuencias, melodías, ritmos y tonos que de principio existen ya en la naturaleza. Tal como lo escribió Lévi-Strauss (1970):

La música es un lenguaje mediante el cual se elaboran mensajes (…). Puesto que la música es el único lenguaje que posee los atributos contradictorios de ser a un tiempo inteligible e intraductible, el creador musical es un ser comparable con las deidades, y la música es el misterio supremo de la ciencia humana. Todas las ramas del saber tropiezan con ella, la música posee la llave de su evolución (pág.18). Lévi-Strauss (1970):

Ésta tal vez sea la razón por la cual la música comenzó a ser un camino de trascendencia. Sin que antes existieran los principios estéticos, la música utilizada en ceremonias, con instrumentos rudimentarios, rodeada del grupo social, comenzó a ser un instrumento activo en el descubrimiento inter, intra y transpersonal, y como consecuencia en la lubricación para conseguir y mantener estados alterados de conciencia. Respecto de este tema Ana María González Garza (1993) afirma: “En los pueblos primitivos la práctica de la danza, la música, de la pintura y más tarde de la literatura, no ha sido sino expresión del espíritu y manifestación del sentido de vida comunitario, en un intento por fundirse con la esencia del universo, del cual la persona humana es la más pura manifestación. (pág.177)

La idea de que la música da acceso al alma no es nueva en la filosofía, ni en la misma música o en la religión, pero su aceptación dentro de la psicología transpersonal, la musicoterapia y otras disciplinas, ha sido más reciente. En este mismo tenor, Kenneth Bruscia, propone que las experiencias transpersonales ligadas a la música pueden ser de dos clases: aquellas donde la música es el vehículo que conduce hacia la esfera transpersonal y aquellas donde la música es una parte integral del mismo espacio transpersonal. (Pág .128)

En este sentido, parafraseando a Bruscia, la música es un vehículo hacia lo transpersonal cuando la persona tiene una experiencia en la que los límites comunes se diluyen para formar una nueva totalidad. González Garza lo expresa de esta forma:

La obra de arte es un espejo que refleja esencias. El artista es el contemplador que expresa lo que contempla y al hacerlo se manifiesta. El espectador es el que al contemplar se encuentra, al descubrir se percibe contemplado y a su vez se expone mostrando su esencia. Al contemplar una obra de arte, la persona se encuentra a sí misma, descubre su esencia y se asombra y se admira ante dicha experiencia. Entonces, el artista, el espectador y la obra de arte se funden en una misma esencia. (Pág.178)

Por otra parte, resulta importante mencionar algunos ejemplos de cómo la música ha sido un factor determinante en la consecución de estados alterados de conciencia como experiencias transpersonales. En primer lugar podemos mencionar el chamanismo, como se mencionó anteriormente, el chamán confiere a la música un poder espiritual sumamente significativo en su vida y para sus rituales. Frowen-Williams describe la importancia del papel que juega el tambor dentro de los rituales en el chamanismo:

El tambor tiene una importancia fundamental en la ceremonia chamánica: es el “caballo” o “reno” a lomos del cual el chamán cabalga hacia los reinos del espíritu. El tambor es una herramienta poderosísima para generar estados de conciencia alterada y actúa como centro; crea una atmósfera de concentración y, de esa forma, desvía la atención del mundo exterior al mundo interior de la visión mental. La suavidad del trance característico de los estados de conciencia chamánicos exige que se mantenga un ritmo de percusión constante e intenso, sin el cual, el chamán podría desconcentrarse y sería incapaz de llevar a cabo su misión. (Frowen-Williams citado en citado en Boyce-Tillman pág. 227)

Otro ejemplo es el caso de Helen Bonny (1973) antiguo miembro del Maryland Psychiatric Center, en Catonsville, que pudo demostrar el poder de la música para provocar estados alterados de conciencia y desarrolló la técnica de Imágenes Guiadas con la música (GIM). Durante su investigación descubrió que, cuando sometía a la persona a un viaje a través de la música, las imágenes guiadas que la persona experimentaba se convertían en símbolos poderosos para el autoconocimiento y el crecimiento personal. Para ello, elaboró programas de música clásica, con una duración de treinta a cuarenta y cinco minutos cada uno, con la intención de entrar en contacto con el estado anímico de la persona en ese momento. Stanislav Grof comenta la experiencia de Helen Bonny:

Si se utiliza con la debida preparación e introspección, la música tiende a evocar experiencias poderosas y a facilitar la liberación emocional y psicosomática. Facilita una estructura dinámica significativa para la experiencia, y crea una onda transportadora continua, que ayuda al paciente a avanzar por secuencias y obstáculos difíciles, superar defensas psicológicas, y someterse al flujo de la experiencia Tiende a conferir una sensación de continuidad y conexión a lo largo de diversos estados de conciencia. En ciertas ocasiones, el uso adecuado de la música puede facilitar la emergencia de ciertos contenidos específicos, tales como la agresión, las sensaciones sexuales o sensuales, el dolor emocional o físico, las explosiones de éxtasis, la expansión cósmica o el ambiente oceánico del útero. (Grof, 1988, pag. 415)

Un ejemplo más reciente y quizá más relacionado con el ejemplo del chamanismo, es el caso de Gabrielle Roth (1992), quien desarrolló un sistema musical que refleja el ritmo humano de la vida (5 ritmos):

Mediante la observación de la gente fui consciente de los ritmos de las danzas de otros pueblos y empecé a reproducirlos (fluido, staccato, caótico, lírico y quietud), así como los mapas psicológicos que representaban. Me invadió una gran sensación de libertad porque comprendí que se puede descubrir el baile personal y exclusivo, los propios mapas, a través de la conciencia, por medio del cuerpo. Nuestra historia reside en nuestro cuerpo, que contiene todas las formas, y la danza es la puerta de entrada para la expresión y la comprensión de nuestro ser (Gabrielle Roth citada en Boyce-Tillman pág. 217)

Resulta sumamente interesante leer a Roth, ya que expresa muy claramente lo que la danza en u n estado de trance provocó en ella y cómo esto estimuló la creación del sistema de los cinco ritmos:

Entré en trance al soñar con la danza. No controlaba mi forma de bailar; alguien me hacía bailar (…). El bailarín desaparecía en el interior de la danza, y yo descubría la parte divina, el espíritu divino, la chispa del ritmo infinito (…) Cada vez me dejaba llevar más y me sentía embriagada, y, de pronto, esa sensación me liberó de todos los fármacos, de todo lo demás (…). Descubrí la parte de mí que más anhelaba (…). Era mi oración, la expulsaba en forma de sudor. (Gabrielle Roth citada en Boyce-Tillman pág. 233)

Con estos ejemplos queda mucho más claro cómo es que a través del tiempo, la música ha formado, y sigue formando, parte importante de sistemas de creencias y tradiciones que admiten que los estados transpersonales son un aspecto importante en el camino de crecimiento y trascendencia. Lo anterior es sólo una pequeña muestra, queda claro que la extensión del presente trabajo no permite hacer una revisión detallada y profunda de cada técnica o tradición que utiliza la música como vehículo o como experiencia transpersonal.

Por otro lado, a pesar de que desde hace algunos años se le ha comenzado a dar importancia a la música como un factor importante en el desarrollo traspersonal, es interesante mencionar algunos ejemplos que no necesariamente fueron hechos en el contexto de lo transpersonal y que, sin embargo, expresan de manera muy clara cómo es que bajo algunas circunstancias, la música verdaderamente se constituye en un vehículo extraordinario en la experiencia transpersonal, cuando logra traspasar todas nuestras capas externas y se establece una comunicación directa con el corazón y el alma, y como consecuencia, la conciencia de conexión total y por qué no, divina. El siguiente es un ejemplo bellísimo de lo anteriormente mencionado. Anthony Rooley (1990) describe el efecto que tienen las interpretaciones de The Songs of Mourning de Dowland:

Hemos interpretado esta obra en numerosas ocasiones y hemos tenido la oportunidad de observar con cierto detalle el alcance de la transformación, pues eso es, en esencia, lo que le ocurre a todo el que presencia el despliegue del ciclo de los veinticinco minutos que dura la pieza. Se trata de una meditación guiada; guiada porque se marca con gran detalle la ruta que debe seguir la mente, cada paso del viaje meditativo se establece de antemano (…). A medida que concluye cada una de las fases del ciclo, el oyente, durante el silencio entre cada parte, se siente más unido, de forma más consciente, con su propio punto de vista que trasciende las palabras, el personaje, la máscara, y de esta manera se produce la transformación apropiada para cada persona. La experiencia en conjunto es un viaje controlado y ritualizado de una belleza tan singular que descubrimos una óptica distinta en nuestro interior (A. Rooley citado en Boyce-Tillman pág. 119)

En este sentido resulta importante mencionar lo que A. Maslow comenta en La personalidad creadora: “Las experiencias cumbre que han aportado mayor gozo, éxtasis, visiones de otro mundo u otro estilo de vida, provienen de la música clásica, de los grandes clásicos”. (Maslow, 1990, pag. 214)

Es apasionante observar, y también experimentar, la capacidad que tiene la música para expresar y despertar aspectos ocultos del ser humano, dado que su significado no se interpreta fácilmente. Así que se intuye que, dentro del espacio de los estados transpersonales, se pueden vivir tanto experiencias cumbre, como una visión más profunda de aspectos dolorosos y privados de nuestra experiencia humana, lo cual, a final de cuentas, favorece indudablemente el proceso de madurez (el cual implica un descenso al caos por momentos) por medio de la integración de estas experiencias. Khan lo expresa de manera muy clara:

La música puede, incluso, transformar la materia en espíritu, en su estado original, al entrar en contacto con cada átomo de un todo, con cada ser humano, gracias a la ley de la vibración armónica (…). No obstante, la música penetra en lo más profundo de nuestro ser y, de esta forma, crea una nueva fuerza vital, un aliento de aire que infunde júbilo en cualquier existencia y conduce al ser a la perfección. En eso reside la realización de la vida humana. (Khan, citado en Boyce-Tillman pag. 215)

Es sorprendente la manera en que la música tiene la capacidad de transformarnos. Esto es claro cuando escuchamos alguna pieza y logramos adentrarnos en la experiencia del autor, cuando ese viaje se asimila al nuestro y podemos utilizarlo en el proceso de nuestra propia transformación, cuando podemos penetrar en nuestro interior y encontramos una vía de entrada y de salida con ayuda de la música. Sobre todo cuando: “La experiencia artística trasciende el ego narcisista, se transforma en un potente disparador de la experiencia mística, entendida ésta como el fenómeno oceánico, la vivencia profunda de unión total que trasciende fronteras y polaridades, entre el mundo del ser y el mundo del no ser” (González Garza, pág.182).

Con esto, quizá lo que quiero subrayar es el aspecto de la música como un elemento inherente al ser humano. Un elemento que al no tener génesis humano, tiene la capacidad y el poder de acompañar al hombre en paralelo. La música custodia, cultiva, fomenta, y refleja. Schneider afirma: “La música es una especie de lengua extranjera que yo no hablo, pero que me habla. Sabe de mí lo que yo ignoro.” (Michel Schneider, pág. 18). Y al ser dos extraños en relación, ser humano y música, ambos han vivido un proceso de conocimiento y compenetración que ha permitido al ser humano autocontemplarse y ver lo que por sí solo, no podría ver.

Es así como la música encierra lo sobrehumano, por eso a lo largo del tiempo ha sido vinculada al trance, a la oración, a la trascendencia, a la búsqueda de algo más allá. Sí, la música contiene la posibilidad de un mundo no humano, siempre está del lado del ser, nunca del tener, del hacer o del saber, tal vez sea por eso que atraviesa todas nuestras capas, nuestras barreras, nuestras máscaras. En definitiva, la música nos acerca un poco más a nuestra verdad porque nos ayuda a callar, a permanecer en un silencio pocas veces escogido que le da voz a rincones inexplorados de nuestro ser.

Bibliografía:

Boyce- Tillman, J. (2000). La música como medicina del alma. Barcelona. Paidós.
Bruscia, Kenneth. Musicoterapia, métodos y practicas. 2007. Pags. 256. Ed. Pax México.
Eliade, M. El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis. México. Fondo de Cultura Económica.
Gonzalez Garza, Ana María. (1995). De la sombra a la luz. México: Editorial Jus.
Groff, S. (1988). Psicología transpersonal. Barcelona. Kairós.
Lévi-Strauss, C. (1970). Lo crudo y lo cocido. México. Fondo de Cultura Económica.
Maslow, A. La personalidad creadora. Barcelona. Kairós.
Schneider, M. (2001). Músicas nocturnas. Barcelona. Paidós.